ARQUITECTURA

Década de los 80

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Entre el eclecticismo y el paisaje: La arquitectura en Canarias durante los 80.

Lista de Evelyn Alonso Rohner

Javier Díaz-Llanos y Vicente Saavedra

Félix Juan Bordes y Agustín Juárez

Antonio Corona, Arsenio Pérez Amaral y Eustaquio Martínez

Felipe Artengo, Fernando Martin Menis, José María Rodríguez-Pastrana

Flora Pescador, Vicente Mirallaves y Ángel Casas

Pensar en una década concreta del pasado obliga a situarse o posicionarse ante ella, máxime cuando se trata de un momento tan ecléctico y diverso como el del Postmodernismo, producido además, en una realidad insular amplia, y por ello, también dispersa.

El breve compendio de obras que se selecciona para este texto no puede indagar únicamente en sus aspectos formales, señalando características estéticas o compositivas; aunque si uno piensa en esa década resultara lo más evidente. Se trata más bien de entender lo que significan estas obras en el hilo del tiempo de la arquitectura. Es decir, tratando de averiguar su vínculo con nuestro modo contemporáneo de entender la arquitectura, y la razón por la que nos resultan interesantes aún hoy en día.

Desde esa mirada más subjetiva y contemporánea, el análisis se hace más abierto y contextual. Los proyectos que se muestran aquí no pretenden ser una base de datos alineada, sino ofrecer una imagen de esa década de manera relacional y discontinua. Se ha optado por elegir determinadas “muestras” de distintas tipologías, autores y territorios, con inevitables influencias y enfoques diversos. La idea sería mostrar una década en su complejidad, atendiendo a matizaciones contextuales canarias mediante breves descripciones parciales de las obras.

Casi todos los proyectos incluidos aquí fueron publicados en su día en la revista BASA, que empieza a editarse justamente en el año 1982. Podría decirse que esta revista forma por sí misma, parte del patrimonio arquitectónico de Canarias como proyecto cultural (casi arquitectónico). No sólo por las obras construidas que recoge, sino también por su edición impecable, con imágenes de fotógrafos excelentes (en ocasiones también arquitectos): Carlos Schwartz, Jorge Yeregui Tejedor, Andrés Solana, Laura Cantarella, Lluís Casals, Beth Y. Edwards, Jordi Bernadó, José Hevia, José Ramón Oller y muchos más, y por supuesto por los artículos publicados por compañeros arquitectos, que a través de sus textos definen bien el sentir del momento.

Uno de los proyectos con mayor repercusión mediática entonces, fue el Centro Atlántico de Arte Contemporáneo de Las Palmas de Gran Canaria. Después de los volátiles años 70, se produce un importante desarrollo de museos por todo el país, que se renuevan y consolidan incorporando las contraculturas de los 70-80 así como nuevas formas de hacer y mostrar el arte, como las performances, el video art, etc. A través de un concurso restringido, recae el encargo del CAAM en Francisco Javier Saenz de Oiza, inaugurándose el edificio en 1989. Sus espacios expositivos no siguen la estructura clásica de salas más o menos homogéneas donde exponer obras, sino que son el resultado de la inteligente decisión de convertir el vaciado central del patio, en el elemento estructurador de todo el proyecto. Oíza entiende el centro del museo como la casa dentro de la casa, produciendo como consecuencia una serie de salas de distintos tamaños, que se adaptan a diferentes funciones y géneros de arte, sin modificar la fachada histórica. 

Federico García Barba describía el proyecto como “una valiente incursión en la recuperación de la ciudad histórica. Siendo, quizás, la mejor obra en la arquitectura regional de la década constituye una intervención muy contenida que apenas destaca en el entorno de Vegueta”[i].

Resulta interesante que, durante el primer año de funcionamiento de este centro —en aquel entonces dirigido por Martin Chirino— se celebrase una exposición relacionada con el paisaje, elemento este profundamente arraigado en la arquitectura canaria, constituyendo un factor diferencial en este territorio.

Esta intensa relación con el paisaje se manifiesta de manera notable en el Centro de Visitantes e Interpretación del Parque Nacional de Timanfaya (1989), firmado por el estudio Cano y Escario Arquitectos, quienes obtienen el encargo en concurso nacional. El proyecto desvela el interés por controlar las perspectivas mediante el uso de planos blancos que, a modo de lienzo, destacan el paisaje negro de la isla. Lo hace desde la experimentación y desde el juego con luces y texturas, produciendo un contraste intencionado con la topografía rugosa y áspera que ya se percibe en la lámina del concurso. La propuesta se resuelve a través de cierta aproximación conceptual al paisaje, que parece entroncar con determinados enfoques de enmarcado al uso en el land-art

Es difícil entender la arquitectura de una década y los cambios producidos en ella, sin analizar la vivienda social construida entonces. Un buen ejemplo para ello es el conjunto de 33 viviendas sociales de promoción pública (1988) construidas en el Gramal (la Laguna), por José Antonio Sosa y Virgilio Gutiérrez.

 

 

La clave para entender la intención principal de este proyecto se puede expresar con una frase de hoy en día, un poco enrevesada pero perfectamente aplicable a este conjunto de viviendas de reducida dimensión normativa y presupuesto: la interiorización del espacio exterior. El proyecto logra dotar, a cada una de las viviendas de un jardín y un patio propio, mediante un complejo entrelazamiento en sección, transformando la tipología habitual en el entorno (de tres viviendas superpuestas con escalera común) en dos dúplex superpuestos con acceso directo desde su propio jardín individual. La importante insistencia del proyecto en lograr espacios abiertos interiores, no impide, sin embargo, la acentuación del sentido de lo colectivo en la resolución formal del conjunto.

Años después, el estudio de Neutelings & Riedijk, se dio a conocer precisamente mediante diversos proyectos con maclajes similares (viviendas en Gante), poniendo de relieve esta vía que prioriza nuevos modos de vida abiertos al espacio exterior, frente a alineaciones y divisiones rígidas y cerradas del espacio doméstico.

Otro instrumento de investigación del panorama arquitectónico canario es el premio Oraá y Arocha, que también comienza su andadura en 1982. Este premio se crea para “revalorizar” la obra arquitectónica en tiempos de entre crisis, que es entendida y definida como contribución a la sociedad y a la cultura.

Entre las categorías de este premio se incluye un reconocimiento importante al interiorismo, que recae, en la convocatoria de 1986-1987, en la rehabilitación del Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife (1987) de María Isabel Correa y Diego Estévez. Este relevante centro cultural de Tenerife había quedado demasiado pequeño y sin opción a expandirse o moverse a otro emplazamiento, por lo que los arquitectos proponen una ampliación introspectiva a través de la construcción de una entreplanta que aumentara el espacio expositivo. Como identifica Jorge Gorostiza, la intervención en la galería no buscaba servir como plano neutro para las obras expuestas[ii] sino que tiene su propia identidad y expresión independiente. Dentro de un cierto arraigo en lo clásico —usual en el momento— sorprende la ligereza de la intervención y la capacidad de mantener la espacialidad a pesar de casi doblar la superficie expositiva. La intervención consigue mediante su estudiada ejecución, el control de la luz y el refinamiento de los detalles, revalorizar y rehabilitar un espacio que había perdido con los años, su prestancia. 

Lo opuesto a la prestancia solemos relacionarlo con edificios industriales. Pero este no es el caso del edificio de Federico García Barba para la Nave industrial para producción láctea (1988-91). En esta obra se recoge el sentir de aquel momento de que la arquitectura participa y es parte, de la comunicación de masas. Sentir al que se sumaron los arquitectos de esta década, y en este caso Garcia Barba, con una libertad que no cabía dentro del estricto canon disciplinar anterior. Empleando cierto simbolismo mediante el que expresar un modo nuevo de entender la industria, que aun siendo austera es tecnológicamente avanzada. 

En este proyecto, la necesaria estabilidad térmica de su interior condiciona la solución dada a la fachada – iluminando el interior a través del pavés – así como el visible sistema de ventilación de la cubierta. La apariencia monolítica de su cerramiento es interrumpida por el cilindro vertical que contiene la escalera. Es una obra que, con pocos gestos, consigue distinguirse de manera notable, de la usual nave industrial.

Otra nave de esa década que se sumó a esa puesta en valor del sector industrial canario es la Fábrica de Granini (autores: José Antonio Sosa y Francisco J. Cabrera).

La estación eléctrica de Unelco de los arquitectos Javier Díaz-Llanos y Vicente Saavedra (1988) obtuvo también el premio Oraá y Arocha (ex aequo con el CAAM). Este proyecto puede entenderse desde la idea de que lo formal tiene como objetivo principal la función de ordenar. La intervención obedece en primer lugar a la escala urbana y a la relación entre el espacio natural y la urbanización residencial, y lo hace a través de su planta triangular, que sirve asimismo para ordenar la configuración radial de las líneas de tensión. También la sección triangular de los pilares verticales funciona como contrafuerte atirantado. Resultando que la elección formal del triángulo como base de la composición, ordena y detalla el proyecto. 

De la Escuela de Arquitectura, en el Campus de Tafira de la ULPGC, de Félix Juan Bordes y Agustín Juárez (1987) conviene destacar su evidente claridad organizativa lineal. No siendo extraña esa tipología en aquellos años, hay que destacar aquellos que, con clara reminiscencia a la arquitectura radical y sus proyectos “sin límite”, dieron pie, por ejemplo, al Winter Garden and Rainbow Center Mall (1977) de Cesar Pelli o la sede de la colección moderna de Gulbenkian de Sir Leslie Martin (1983). La Escuela de Arquitectura se construye mediante una sección continua, que en palabras de Ángel Casas, “parece que se cortó por ambos lados cuando se consideró oportuno.” La estructura lineal podía entenderse teóricamente infinita, sin límite, aunque los arquitectos en algún momento toman la decisión de cortarlo, por un extremo, mediante un pórtico de entrada, y por el otro, mediante un simple corte, más interesante por su literalidad. Asuntos estos del contorno seccionado que hoy en día también tintinean en nuestro entender disciplinario, aunque con otra formalización. 

Es importante señalar cómo este edificio posee una intención o un “talante” didáctico, es decir, que enseña por sí mismo, a través del ejemplo de sus espacios multifuncionales, de la apertura hacia el paisaje, de los detalles constructivos coherentes con la idea, de la utilización de la luz natural, y de la sección desplazada y adaptada a la topografía que se puede apreciar en la fachada abierta.

Una estructura lineal con calle central también se produce en la  Estación de Jet Foil (1988) del equipo Antonio Corona, Arsenio Pérez Amaral y Eustaquio Martínez. Sorprende en él, el uso de métodos pasivos, en un momento en el que la sostenibilidad en general resultaba de poco interés. No era entonces una actitud proyectual generalizada. La cubierta, ligera, parece flotar sobre el espacio central, dejando circular el aire por debajo, y dando sombra al edificio (Fig. 8a y 8b). De nuevo puede destacarse como aquella década, produjo arquitecturas que iban más allá de lo formal y de lo historicista, abriendo camino a proyectos posteriores, como los surgidos del estudio de Francis Kere o, incluso más recientemente, del de Gustavo Utrabo.

Otra de las características destacadas del premio Oraá era resaltar la importancia de la obra arquitectónica en relación con en el lugar y el paisaje. Como vimos en el proyecto de Lanzarote o en las viviendas del Gramal o el CAAM, en otros— la integración en el lugar, y la relación con lo exterior, forma parte de la buena arquitectura canaria (quizás forme parte de su código genético) y ello a pesar de las tendencias más formalistas de ese momento. Aún cuando la arquitectura de los 80 en general se encierra en la disciplina, el monumento o el objeto singular, en Canarias mantiene en general el vínculo contextual. En algunos casos, ocurre precisamente en relación con la tradición, pero en otros, se “saltan” los paradigmas postmodernos, cumpliendo lo que Kenneth Frampton sostenía en sus escritos críticos sobre la postmodernidad, advirtiendo “que los aspectos ontológicos y de representación de la arquitectura se mantengan como una interacción dialógica” [iii] con el contexto.

Los dos proyectos siguientes son un claro ejemplo de el contexto como elemento estructurador del proyecto. El primero de ellos es la Piscina Natural El Guincho (1987), de Felipe Artengo, Fernando Martin Menis, José María Rodríguez-Pastrana. El interés de este proyecto no solo estriba en el programa, también, y especialmente, en el enfoque dado a las acciones sobre el paisaje. La reorganización de aquel espacio deteriorado se acomete mediante las acciones mínimas, casi gestuales, de unas pasarelas rectas y un muro curvo de cierre para la piscina natural. Estos grandes charcos, son casi tan endémicos en Canarias, como la vegetación que se utilizó en el proyecto. La materialidad del hormigón, relativamente liso frente a la costa rocosa, señala por contraste, la rugosidad del contexto, a la vez que se integra perfectamente en el paisaje. Lo mismo sucede con la forma redondeada que, por oposición, logra hacer visible la naturaleza. 

Por último, el Parque Universitario en el Campus de Tafira, de Flora Pescador, Vicente Mirallaves y Ángel Casas, propone con voluntad integradora y notable acierto, una red peatonal alternativa a la de la vía rodada del campus, produciendo una nueva continuidad por el interior del mismo, mediante paseos y conexiones a través de los centros y facultades (un ejemplo era la integración en sus recorridos de la calle interior de la Escuela de Arquitectura). 

Los planteamientos contemporáneos de este proyecto no solo se reflejan en la reformulación de la relación entre el peatón y el vehículo rodado, también es de interés el proceso y relectura que durante años ha tenido y tiene este proyecto en la resolución y el modo en que los diferentes edificios, facilitan el recorrido por su interior. Este proyecto fue completándose a medida que el edificio de Arquitectura y la espectacular Facultad de Informática y Matemáticas (Gianugo Polesello, Juan Manuel Palerm, Juan Ramírez Guedes, Manuel Bote Delgado y Benito García Maciá) iba cogiendo forma. Aquel proceso empezó en los 80 y sigue vivo hoy en día, redibujándose y adaptándose a los cambios que se suceden. Conceptualmente interesa la incorporación del proceso como parte de este proyecto: el paisajismo nunca es un objeto acabado, en ocasiones se detiene y es capturado en una foto, pero pertenece al tiempo, a través del uso, del crecimiento orgánico, la erosión y, en este caso, a los cambios del campus.

Mediante estos diez proyectos, limitados en su número por el breve espacio de esta reflexión, se ha tratado de dibujar un panorama relacional de aquella década de los 80, mirando al presente, cubriendo un espectro variado de obras —desde lo paisajístico a lo institucional, desde la pequeña escala de la reforma, hasta los proyectos de infraestructuras. Cada uno de ellos, siendo excepcional en su concepción, ideación y materialización, tiene en común con nuestra arquitectura de hoy, una serie de conceptos absolutamente vigentes, que muestran el carácter precursor que tuvieron en su día. Y es precisamente por esto, que deben seguir siendo reconocidos como parte importante del patrimonio arquitectónico canario. Las formas pueden quedar obsoletas pero las ideas duran más. Muchas de ellas provenían de planteamientos de años anteriores y otras, son fruto de la atenta mirada al territorio insular.

 

Por último, hay que mencionar que esa complejidad amplia que se produce en Canarias en aquella década también se debe a la incorporación de un mayor número de mujeres arquitectas, como -sin ser exhaustiva – María Nieves Febles, María Luisa González, Elsa Guerra, Elisenda Monzón, o las ya citadas Maribel Correa y Flora Pescador.

Defendía por aquel entonces Charles Jencks, que la postmodernidad debía acoger el eclecticismo, “porque sólo éste puede abarcar adecuadamente el pluralismo que es nuestra realidad social y metafísica”[iv]. Probablemente, y en relación con esta afirmación, habría que reconocer que los arquitectos canarios dieron una respuesta absolutamente culta para esa década, desde luego mas allá de un plasticismo formal al uso.

 

[i] García Barba, Federico “Los diez años del Premio Oraá de arquitectura” Basa nº15 (julio 1993), pág. 57.

[ii] Gorostiza López, Jorge “Reforma en el Círculo de Bellas Artes”  Basa nº 7 (mayo 1988).

[iii] Otero-Pailos, Jorge. Architecture’s Historical Turn: Phenomenology and the Rise of the Postmodern. Minnesota: University of Minnesota Press.

[iv] Jencks, Charles: “Post Modern VS Late Modern” en Zeitgeist in Babel: The Postmodernist Controversy.  Indiana: Indiana University Press, pág.8.

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2 comentarios

  1. Creo que en esta década se construyó la nueva sede de Caja Canarias en Tenerife (1988), hoy la Caixa, y sede de la Fundación Caja Canarias, este edificio merece estar en esta selección

    1. Muchas gracias Lola Camprubi, vamos a ir recogiendo las distintas aportaciones que vayan llegando y analizaremos cómo las vamos incorporando al proyecto. Tomamos nota de la nueva sede de Cajacanarias en Tenerife (1988)

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