CINE

Década de los 10

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Brillando entre crisis: el cine canario en la segunda década del siglo XXI​

Lista de Jairo López

Slimane

José Ángel Alayón

La pasión de judas

David Pantaleón

Marina

Haliam Pérez

Julie

Alba González de Molina

Proyecto Lázaro

Mateo Gil

Sub terrae

Nayra Sanz Fuentes

Las postales de Roberto

Dailo Barco

En busca del Óscar

Octavio Guerra

La ciudad oculta

Víctor Moreno

Blanco en blanco

Theo Court

Aunque con muy poca perspectiva histórica, puede decirse que el cine canario ha alcanzado en la segunda década del siglo XXI sus mayores cotas artísticas y su mayor despliegue industrial. Y es que las Islas han logrado en este período superar la grave situación de crisis económica inicial, aportar una serie de autores y títulos realmente significativos que han brillado en el panorama internacional, comenzar a normalizar la producción de largometrajes y, además, crear una serie de estructuras públicas y privadas más sólidas para el crecimiento del sector que, ojalá, dé sus mejores frutos en los años 20.

Recorriendo los sistemas de producción

El 12 de mayo de 2010 el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, realizaba una histórica intervención en el Congreso de los Diputados donde presentaba las nuevas políticas de austeridad que, impuestas desde el exterior ante la crisis económico-financiera iniciada en 2008, iban a invertir el ciclo de crecimiento del período anterior. Por tanto, teniendo en cuenta que un largometraje tarda varios años en producirse, las películas estrenadas en los primeros años de esta década son, en realidad, los últimos coletazos del sistema de ayudas anterior, que en Canarias desaparecieron de golpe en 2011.

Son años de recortes, carestía y retroceso, pero también de indignación, de crítica al establishment político-empresarial y de importantes movimientos sociales como el 15M en 2011. A nivel local, en esos años desaparece un festival revulsivo, El Festivalito de La Palma, y casi lo hace el de Las Palmas de Gran Canaria; cierra el segundo canal de la televisión autonómica; se extingue la única organización que representaba al sector privado (ACEPA); dimite la directora del Plan canario audiovisual y hasta la propia Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias queda relegada a una simple Dirección general.

En todo caso, con la austeridad vino la autoproducción y el cine “de guerrilla” como principal salida del cineasta canario para hacer sus obras. Y, como únicos reductos de financiación, el crowdfoundig, las capitalizaciones y las puntuales ayudas de administraciones locales. Las obras se vuelven, por tanto, más pequeñas, más documentales, con menor equipo, igual que en las artes escénicas se extendieron los monólogos y las obras de pocos intérpretes y mínima escenografía. Muchos autores abandonan el cine de creación y se refugian en la publicidad o puestos técnicos en rodajes externos. Otros emigran en busca de futuro mejor y se suman a un importante número de cineastas que ya vivían fuera de las islas, en parte, por carecer el Archipiélago de formación superior en cine.

En paralelo se produce un fenómeno de atracción de rodajes fruto de los nuevos incentivos fiscales al audiovisual alentados por el Ministerio de Hacienda, que, gracias al REF, resultan en las Islas más jugosos que en cualquier otra parte del Estado. Así, desde 2008 comienzan a llegar a Canarias numerosos rodajes nacionales e internacionales, que se hacen más constantes a partir de 2014, y que dinamizan la parte más industrial del sector (productoras de services, de alquiler de equipos e industrias auxiliares), pero con escasa participación de cineastas canarios. Mientras, en el ámbito de la distribución, comienza a cambiar drásticamente el consumo audiovisual a nivel global a través de la rápida expansión de las plataformas de streaming.

Ante el desolador panorama para financiar películas propias, resulta fundamental el impulso del Clúster Audiovisual de Canarias (la nueva estructura del sector privado), al que se sumaron la Asociación de Cineastas de Canarias Microclima y la asociación SAVE (especializada en animación). Con el empuje de estas entidades, la complicidad de técnicos y programadores, junto a puntuales alianzas políticas, se acelera la vuelta de las ayudas a la producción en el Gobierno de Canarias y en los cabildos de Tenerife y Gran Canaria, dando comienzo a un nuevo ciclo a partir de 2017. Gracias a ello se desarrollan y producen multitud de nuevos proyectos en los últimos años de la década.

Sin embargo, desde comienzos de 2020, el ciclo expansivo se tambalea por el impacto de la pandemia del SARS-CoV-2, cerrando así la década con otra histórica declaración del presidente del gobierno estatal, en este caso Pedro Sánchez, el 14 de marzo, cuando decreta el estado de alarma y el confinamiento de la población. Por lo tanto, podemos hablar de un período de expansión creativa e industrial claramente flanqueado por sendas crisis.

Temas y autores

A nivel temático se pueden establecer algunas tendencias. En los primeros años de frustración social se detecta un ensimismamiento, “un cine endogámico sobre los conflictos sentimentales y el paso a la madurez, expresados de una manera traumática, que determina a toda una generación de jóvenes realizadores”, como afirmó Josep Vilageliu a propósito del Catálogo Canarias en corto 2012. Posteriormente, en torno a 2015 y 2016, el descontento comienza a procesarse y se filtra también en las pantallas, como la sátira política Fiesta de pijamas de David Pantaleón. Algunos autores, como José Víctor Fuentes, vuelven sus ficciones más pesimistas o nihilistas (BKLYN 11211). Y nuevas voces crean personajes en fuga de este mundo hacia (imposibles) utopías fuera del sistema, como Julie, de Alba González de Molina.

Poco a poco va apareciendo cada vez más el tema de la identidad canaria pero, y esta es la gran novedad, tratado con formas contemporáneas. En este sentido resulta paradigmática la filmografía del grancanario David Pantaleón, sin duda el cineasta canario más importante de la década. Pantaleón construye su cine desde la autenticidad de su pueblo (Valleseco) y desde el aprovechamiento de los medios disponibles, para ir madurando un estilo absolutamente genuino, basado en el choque irónico entre el mundo rural/tradicional y el moderno. Una mirada única que enaltece a sus personajes a golpe de radicales performances de trasfondo religioso encuadradas en plano general. En su Trilogía del cartón sobresale como una obra mayor el cortometraje La pasión de Judas (2014), repleto de hallazgos narrativos y premiado en el festival de Oberhausen. En 2017 presenta en Rotterdam El becerro pintado, pieza central del tríptico Arqueo(tri)logía, un paso más en la construcción de su imaginario ancestral, y nexo de unión con el que finalmente será su primer largometraje, Rendir los machos, filmado en 2019.

 

 

Otro choque, en este caso entre el turismo de masas y la sociedad canaria, ha sido un tema abordado también por varios autores, como José Alayón en Un día en el paraíso, Gerardo Carreras en Souvenir o Víctor Moreno en su primer largometraje, Holidays. Precisamente el tinerfeño José Alayón es otro de los nombres fundamentales de la década, sobre todo a partir de su primer largometraje de ficción, Slimane (2013). Aunque con el tema de la inmigración irregular de fondo, la película se aleja del panfleto social apostando por una cámara que sigue de cerca a unos personajes reales, el joven inmigrante marroquí que da título a la obra y su pandilla, y llevando la narración poco a poco al terreno de la ficción para representar un insólito estado de limbo vital en el que se cruza la tragedia. Una propuesta innovadora en el panorama cinematográfico de las Islas que fue seleccionada en festivales como Dubai, Tesalónica o IBAFF, donde se llevó el premio a la mejor ópera prima. Alayón se centró entonces en su rol de productor desde El Viaje Films, logrando producir en los años más difíciles un cine de autor documental de reconocimiento internacional hasta que, con la recuperación de las ayudas autonómicas pasa a presidir el Clúster canario y produce a numerosos autores canarios, como el propio Víctor Moreno, Samuel M. Delgado o Macu Machín.

 

La dificultad de la ficción

Esta década ha vuelto a poner de manifiesto uno de los grandes problemas de nuestra cinematografía: la enorme dificultad para elaborar ficciones de éxito, tanto para escribirlas y narrarlas, como para financiarlas y distribuirlas a escala internacional.

Ha habido importantes intentos de producir numerosas óperas primas de carácter comercial en distintos géneros: la comedia Seis puntos sobre Emma del conejero Roberto Pérez Toledo, el drama unamuniano La isla del viento del malagueño Manuel Menchón rodada en Fuerteventura o el único largo de animación de nuestra historia, Hiroku y los defensores de Gaia, de Saúl Barreto y Manuel G. Mauricio (aunque la animación ha funcionado mejor en cortometrajes como En el insomnio o La trompeta). Como thrillers aparecen, entre otros, La senda de Miguel Ángel Toledo y dos producciones de Tornasol Films con director canario: La niebla y la doncella de Andrés Koppel y La punta del iceberg de David Cánovas.

De todos ellos, el título más ambicioso y arriesgado es Proyecto Lázaro (2016), dirigida por el grancanario Mateo Gil, con producción catalana y rodada mayoritariamente en Tenerife. La historia se centra en los dilemas y consecuencias de la resurrección del primer humano tras su criogenización. Aunque demasiado deudora de una premisa que había usado en Abre los ojos (donde Gil era guionista), con un casting y guion irregular, la película alcanza momentos intensos de ecos malikianos, sobre todo en la descripción de la infancia del protagonista.

 

 

En el campo de la autoproducción se realizaron más de 25 largometrajes con parámetros por encima de lo amateur. De todos ellos, quizás sea el citado Julie (2016), de la también grancanaria Alba González de Molina, no solo el más interesante por su apuesta temática y por los momentos de cine auténtico dentro de su narración (también irregular), sino el que ejemplificó un cierto milagro: el de empezar con un crowdfunding y acabar ganando dos premios de la sección oficial del Festival de Málaga e importantes selecciones internacionales. Otros títulos independientes singulares son People you may know de JC Falcón, BKLYN 11211 de José Víctor Fuentes, Fogueo de David Sainz, Apocalipsis Voodoo de Vasni Ramos o Bunker: Project 12 de Jaime Falero.

 

Por último, con el sistema de ayudas recuperado y la experiencia de El Viaje Films, José Alayón logra producir Blanco en blanco (2019), el largometraje de ficción con mayores conquistas estéticas de la década. Se trata de un drama de época dirigido por el hispanochileno Theo Court, ambientado en Tierra fuego a finales del siglo XIX, rodado en gran parte en Tenerife y con amplia participación canaria en guion, música, fotografía e interpretación. Un auténtico neowestern que refleja el horror de la colonización sobre el pueblo indígena Selknam, y el estupor y la locura de los hombres que colaboraron en ella. Una obra excepcional y misteriosa, en las coordenadas del cine de autor de la innovación, que se convirtió en la primera película canaria seleccionada y premiada en el Festival de Venecia.

 

Mientras, en el desbordante campo del cortometraje se ha intensificado la división, convertida a veces en una auténtica querelle en redes sociales, entre los narrativos y los conceptuales, es decir, entre lo que prefieren contar un historia utilizando el MRI y lógica de la causa/efecto hacia un clímax, generalmente moralizante, y los que privilegian la investigación y la mirada en torno a conceptos abiertos y la creación de atmósferas. Entre los títulos más interesantes del primer grupo se sitúan Ridícula, Voice Over, Todo tiene su hora, Las otras camas, Osito, Náufragos o La muñeca rusa, y mientras que del segundo aparecen La cantante, Plus Ultra, Icelands o Dua2litet.

Emoción e investigación documental 

Comparativamente, el cine de la realidad ha mostrado unos mayores resultados, aunque siempre con el hándicap de su menor visibilidad e interés entre el público de masas. La década comenzó partiendo del modelo de documental de corte sociocultural o divulgativo, muy extendido en los años anteriores, con su característico estilema del busto parlante. Sin embargo, siguiendo una tendencia global impulsada por los festivales, fue evolucionando hacia un cine de la observación sobre personajes, comunidades o lugares singulares, como vemos en Fronteras de Zalamea de David Pantaleón, La maldición, el milagro y el burro de Ayoze O’Shanahan y Mafe Céspedes, Paradiso de Omar Z. Razzak o Milagros de David Baute. Marina (2015) de Haliam Pérez es quizás la más redonda de la década, una mirada profunda y emotiva sobre la familia, siempre disfuncional y siempre salvadora, en este caso capitaneado por esa matriarca cubana del título (la abuela del director) y secundada por unos hijos de la revolución cargados de chapas, medallas y humanidad.

 

Dando un paso más hacia la ironía, aparece otro documentalista clave, Octavio Guerra, cineasta grancanario afincado en Valencia especializado en retratar a sus criaturas con un estilo tierno y hasta juguetón, sean éstos un sacristán de provincias, un padre de familia amante del súper 8 o un crítico de cine incapaz de ver películas porque se está quedando ciego, como el protagonista de En busca del Óscar (2018). Una obra que en su amplio recorrido por festivales (y salas) arrancó más de una sonrisa, demostrando que el humor no es menos moderno que la abstracción, y que tras él late siempre un trauma que se desvela de otra manera.

 

 

Con el ‘yo’ cada vez más presente, se extiende un subgénero del cine en primera persona, en el que Amaury Santana con Diarios es el autor más significativo. Finalmente, la vanguardia derivó en un cine experiencial e inmersivo, con el tinerfeño Víctor Moreno como el gran cineasta no ya a nivel canario sino nacional.  

Moreno entró en la década impactando con su microcorto El extraño, mítico plano fijo sobre un rebaño de cabras convertido ya en icono irreverente del cine canario. Tras la citada Holidays, la monumental Edificio España, el desasosegante mediometraje La piedra, y tras ganar dos veces el Festivalito y ponerse al frente de Microclima como primer presidente, realiza su obra maestra, La ciudad oculta (2018), llevando al extremo sus obsesiones éticas y estéticas sobre la ciudad contemporánea. Moreno filma de manera alucinada las entrañas de Madrid sin más carga narrativa que el imaginario hipnótico que van construyendo las propias imágenes de un subsuelo infinito. Y lo hace con una factura audiovisual deslumbrante, con la producción y fotografía de José Alayón, y con un recorrido imparable por los grandes festivales del género (IDFA, Sevilla, Tokyo…).

 

En parámetros cercanos se sitúa Nayra Sanz, una cortometrajista que tras comenzar en el cine de ficción lineal, va evolucionando, y finalmente da un giro hacia la abstracción documental con su pesadillesca pieza Sub terrae (2017). En ella conquista un peldaño nuevo en su cine, basado en audaces dispositivos narrativos, sin olvidar el poder emocional y de denuncia de la imagen, como volvió a demostrar en Selfie.

 

Un último subgénero con grandes resultados en la década ha sido el found footage (metraje encontrado), sobre todo porque ha sido una herramienta para introducir el diálogo con el pasado en creaciones contemporáneas, como puede verse de manera paradigmática en De los nombres de las cabras, de Silvia Navarro y Miguel G. Morales, un largometraje construido enteramente sobre imágenes de archivo, de gran éxito en festivales, que trata de reflexionar sobre los mecanismos de construcción de la identidad insular. Incluso la propia historia del cine canario ha servido para elaborar piezas tan sugerentes como Archipiélago fantasma de Dailo Barco y Quemar las naves de Macu Machín, construidas respectivamente sobre las primeras piedras del cine canario de ficción de los años 20: El ladrón de los guantes blancos y La hija del mestre. Con Las postales de Roberto (2017), Barco establece una cautivadora alianza con el cineasta Roberto Rodríguez, uno de los pioneros del cine amateur en los 70, y con sus imágenes, antaño criticadas por su condición de postal, y que las lecturas del presente revelan con más modernidad y capas de las que se apreciaron en su tiempo. Una última postal de amor que quedó atravesada por la muerte y la ausencia.

 

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